El diccionario de la Real Academia de la Lengua (RAE) define la palabra horno de la siguiente manera:
“Del latín furnus, fábrica para caldear, en general abovedada y provista de respiradero o chimenea y una o varias bocas por donde se introduce lo que se trata de someter a la acción del fuego”.
“Tahona en que se cuece y vende el pan”.
“Horno de campaña, de fácil transporte e instalación para cocer el pan en los campamentos militares”.
Además, como muestra del protagonismo del horno en la vida cotidiana de otros tiempos, encontramos algunos refranes. El viejo dicho castellano de “no está el horno para bollos” indica la inoportunidad para hacer o decir algo, pues de hacerlo seguramente alguien o algo se quemará.
La primera preocupación humana, el sustento, ha llevado a nuestra especie a buscar fórmulas eficaces para preparar sus alimentos y transformarlos en manjares. El fuego en primer lugar, y el horno de leña como una primera manipulación del fuego, han sido herramientas bien manejadas desde hace miles de años para el logro de este fin que aúna subsistencia y placer: el bien comer.